Época: Colonizaciones orientales
Inicio: Año 1000 A. C.
Fin: Año 300 D.C.

Antecedente:
El Arte fenicio y púnico

(C) Ramón Corzo Sánchez



Comentario

El comercio de las manufacturas de metales preciosos era la parte más rentable de la actividad mercantil de los fenicios; sus viajes a las costas españolas tenían como grandes objetivos el oro, la plata, el cobre y el estaño, pero mientras que en la metalurgia del bronce pudieron enseñar mucho a los indígenas, en la orfebrería no hicieron sino aunar sus experiencias con las de unos pueblos que sabían ya obtener joyas y vasos de excepcional calidad. Los fenicios aportaron técnicas refinadas, como el granulado y la filigrana, que se incorporaron pronto a la industria tartésica; en Cádiz, en la costa malagueña y en Ibiza, se observa el predominio de joyas importadas y allí funcionaron talleres dedicados a la exportación hacia el Mediterráneo de sus productos.
En el siglo VII a. C. se puede fechar una serie de colgantes y medallones en forma de disco con temas egiptizantes repujados, como una pieza malagueña en la que está el faraón abatiendo a sus enemigos; el tipo más conocido contiene una montaña rematada por el creciente lunar sobre la que aparece un disco solar alado y que tiene a los lados una pareja heráldica con urei o serpientes sagradas sobre las que se posa el halcón de Horus. Un magnífico ejemplar de Trayamar (Málaga) ofrece la composición con todos los detalles realizados en un granulado minucioso, mientras que Ibiza ha proporcionado otro sencillo, a base sólo de repujado, que es de fecha más reciente. En Cádiz, se han encontrado varios en los últimos años, siempre en tumbas de incineración y asociados a otros tipos de pendientes, como el doble halcón que sostiene un canastillo o la cabeza de la diosa con el peinado de Hathor. Son objetos religiosos, destinados a proteger a su portador y a mantener este amparo sobre los difuntos, de modo que sus poseedores deben ser habitualmente gentes de creencias fenicias. En el siglo VI a. C., los artesanos fenicios pasan ya a trabajar al servicio de los gustos indígenas y deben adoptar el sistema de producción ambulante, habitual en este trabajo, de forma que en los grandes conjuntos de los tesoros de La Aliseda (Cáceres) o El Carambolo (Sevilla), se observa un empleo aleatorio y esencialmente decorativo de la iconografía fenicia, que convive con influjos griegos y etruscos. En Cádiz, la producción del siglo VI en adelante es cada vez más uniforme y destinada al público interior; la decoración figurada se reduce a escasas pervivencias de motivos egipcios, sobre los que predomina una roseta granulada, de ocho a doce pétalos, que parece convertirse en la marca de origen local; hay piezas de mayor nivel, como unos estuches cilíndricos para contener amuletos, que rematan en cabezas de animales representativas de dioses egipcios; la filigrana de finos alambres retorcidos para crear temas vegetales se ejecuta entonces con una calidad insuperable.

En el comercio de las joyas entran piezas valiosas de otros materiales, especialmente las piedras duras con las que se fabricaban los entalles de los anillos, que se traían de Egipto, de Grecia y de Cerdeña. Hay que considerar la gran difusión conseguida por los escarabeos y los colgantes fabricados de fayenza, la fina porcelana verdosa de los egipcios, que se comercializaría a través de las colonias fenicias establecidas en el delta del Nilo; estos colgantes adoptan la forma de seres protectores o símbolos apotropaicos y se sortean con las cuentas de oro y cornalina de collares y brazaletes. Son de industria fenicia los colgantes de pasta vítrea, a veces figurados y en otros casos en forma de esferas con circulitos de distintos colores.

La gran influencia de la joyería fenicia sobre las antiguas poblaciones españolas fue el inclinar el gusto hacia la acumulación de piezas como signo de la preminencia religiosa y social. Ajuares tan abigarrados como las sartas de collares, pulseras, pendientes y anillos que lucen las damas de Elche y de Baza, se ofrecían en época romana a Isis, a Juno y a Diana y han seguido siendo hasta hoy una característica de la exuberancia ornamental de nuestras imágenes sagradas; parece que los fenicios ofrecieron el primer estímulo de esta tendencia de lo que ha seguido llamándose el lujo oriental.